Junto a la profesora María Noel González, Agustín Cano participará como conferencista internacional en una jornada orientada a ahondar en la importancia de la extensión universitaria. La instancia organizada por la Casa de Bello, es abierta al público y pretende dar a conocer los principales desafíos en relación a las experiencias de internacionalización del currículum y aprendizaje vinculado al medio en la educación superior.
En la jornada, Agustín Cano brindará un espacio de aprendizaje a la comunidad universitaria, quienes podrán acceder a los conocimientos expuestos por el doctor en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e integrante del Sistema Nacional de Investigadores de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación de Uruguay.
En conversación con “Visitantes”, el profesor Cano conversó con el equipo de la Universidad de Chile sobre los principales desafíos que plantea la extensión universitaria en la formación docente y de la vida. “La extensión ha sido un componente distintivo y fundamental en nuestras universidades, aunque su expresión sea muy heterogénea”, explica.
—Respecto a la curricularización de la extensión ¿por qué crees que es importante abordar esta arista en la transformación de la educación superior?
Ese término, “curricularización de la extensión”, es difícil de decir y todavía más difícil de llevar a cabo. Surgió para indicar la importancia de que la extensión universitaria dejara de ser algo que se realiza en los tiempos libres del currículo —en verano, fines de semana o de manera voluntaria— y pasara a formar parte de la formación de los estudiantes, integrándose a los objetivos y contenidos de las distintas áreas académicas. La idea era hacer de la extensión un asunto del currículo, de modo que esta dejara de estar marginada respecto a la investigación y la docencia, y adquiriera un marco pedagógico y académico propio.
Esto es importante no tanto por la “curricularización” en sí misma, sino por lo que puede generar si se acompaña de una buena organización y de enfoques pedagógicos adecuados. La extensión puede favorecer procesos que no siempre se dan en la formación universitaria: el trabajo interdisciplinario, el vínculo con problemáticas reales, la articulación entre teoría y práctica, y una relación más estrecha entre las agendas sociales y comunitarias y las de investigación universitaria.
Además, al encontrarse con otros y otras en los territorios, se desarrollan dimensiones éticas, sensibles y subjetivas que fortalecen la formación integral y la sensibilidad social del estudiantado. También permite una circulación de roles entre quienes enseñan y quienes aprenden, rompiendo jerarquías tradicionales del saber-poder y promoviendo un diálogo más horizontal de saberes. En definitiva, pensamos que la extensión, al ser parte de la formación, puede contribuir a una educación superior más completa y comprometida con la realidad social.
—¿Cuál ha sido el avance en materia institucional sobre la extensión a nivel latinoamericano? ¿Como se ha ido incorporando la extensión como una arista fundamental en las universidades latinoamericanas?
Es una pregunta muy buena y compleja, porque las universidades latinoamericanas son muy diversas entre sí. Existen distintos sistemas de educación superior y tipos institucionales, con redes y agendas de conocimiento que muchas veces se articulan más con los circuitos académicos del norte global que con los regionales. Aun así, podemos hablar de una “Universidad Latinoamericana” en tanto heredera de una genealogía común: la de las universidades públicas y autónomas que, desde comienzos del siglo XX, desarrollaron una modernización con fuerte compromiso social, resignificando la vieja idea europea o norteamericana de extensión para crear una práctica propiamente latinoamericana.
Desde entonces, la extensión ha sido un componente distintivo y fundamental en nuestras universidades, aunque su expresión sea muy heterogénea. Hay casos como el de Uruguay, donde la extensión está no solo en la misión institucional sino también en el estatuto del personal docente, es decir, forma parte de las obligaciones académicas y de la carga horaria del profesorado. En otros países, la extensión se concibe como una función institucional pero no necesariamente docente, y puede ser desarrollada por unidades o departamentos de vinculación, difusión o cultura, sin que siempre tenga un propósito pedagógico o formativo directo. También existen modelos como el servicio social obligatorio en México, donde la extensión se vincula con la formación profesional de los estudiantes, especialmente en áreas como la salud.
En general, el panorama es muy diverso, pero en América Latina la extensión universitaria ocupa un lugar que no se observa en otras regiones del mundo. Existen redes regionales y organismos dedicados específicamente a su fortalecimiento —como la Comisión de Extensión del Grupo Montevideo o las instancias de internacionalización en Centroamérica—, así como revistas, programas de movilidad y espacios académicos propios. Todo esto da cuenta de la vitalidad de la extensión en la región y de su papel central en la relación entre universidad y sociedad.
—Cuéntame cuáles han sido los avances en materia extensional que hay en este país en Uruguay.
En Uruguay hubo un avance importante con la curricularización de la extensión, a partir del desarrollo de una perspectiva llamada integral o de integralidad, que buscó integrar las tres funciones universitarias —investigación, enseñanza y extensión— con el currículo como articulador, desde un enfoque interdisciplinario y un trabajo extensionista basado en el diálogo de saberes, más que en la mera transferencia o los vínculos unidireccionales.
Esto dio lugar a políticas como los espacios de formación integral y los programas territoriales, iniciativas universitarias e interdisciplinarias situadas en las periferias de Montevideo y en el interior, donde hay trabajo permanente con la comunidad, producción de agendas de investigación y espacios de formación en distintas áreas del conocimiento. También se crearon fondos concursables y una red de extensión con unidades en todas las facultades de la universidad, que cuenta con más de 160 carreras y alrededor de 120 mil estudiantes. Todo esto generó un avance muy importante en la participación de docentes y estudiantes en extensión y en los espacios de formación integral.
En los últimos años se observa cierta meseta en la participación, debido a que la extensión quedó muchas veces incorporada como parte de espacios optativos o electivos, lo que dificulta su inserción en los tramos obligatorios de las carreras. Así, muchos estudiantes optan por otros mecanismos para obtener créditos que les demandan menos tiempo y costos. A esto se suman desafíos vinculados a la evaluación de aprendizajes en experiencias interdisciplinarias, para evitar que los procesos de extensión vuelvan a fragmentarse según las disciplinas que originalmente buscaban integrar.
—¿Cómo crees tú que es relevante que en los equipos docentes comencemos a hablar de extensión, al menos en el caso chileno?
Creo que es muy importante que hablemos de la democratización del conocimiento y del papel de la universidad en la construcción del proceso cultural general de la sociedad. Es fundamental reconocer el rol de las humanidades junto con las ciencias y la tecnología, superando la disociación que históricamente se ha producido entre estos mundos. Hoy enfrentamos problemáticas complejas —crisis ambientales, democráticas, sociales, migratorias y de desigualdad— que requieren respuestas integrales y colaborativas.
Más que hablar por separado de extensión, investigación o enseñanza, necesitamos pensar en cómo la universidad puede democratizar el conocimiento y participar activamente en la transformación cultural y social. En ese sentido, la extensión cumple un papel clave al conectar los saberes académicos con los saberes sociales y comunitarios, generando espacios de creación compartida.
Es importante que los equipos docentes comiencen a dialogar sobre esto y aprendan a organizar metodológicamente estos procesos, porque allí se forman estudiantes, se generan conocimientos y también se transforman las propias prácticas docentes. De esa manera podemos superar la fragmentación tradicional del trabajo universitario y repensar el sentido mismo de la educación superior en el mundo actual.
—¿Por qué crees que una universidad conectada con su territorio, con las comunidades es una universidad que avanza hacia el futuro? ¿Por qué crees que es relevante?
La palabra universidad proviene de universitas, que remite a la universalidad del saber. En cambio, la extensión o el trabajo en territorio se vinculan con lo situado, con un fragmento concreto de esa totalidad. El filósofo argentino Eduardo Rinesi lo expresa muy bien al recordar aquel verso del “universo en una esquina”: los procesos situados, el trabajo con las organizaciones sociales y las comunidades contribuyen a expandir y fortalecer lo público.
Esa expansión no solo implica la defensa de la esfera pública amenazada, sino también la construcción de lo común, aquello que no puede ser apropiado por nadie y que trasciende la división entre lo público y lo privado. Lo común se expresa en la relación con la naturaleza, los bienes colectivos y la organización de la vida social desde un sentido comunitario.
En ese marco, la universidad —con todas sus limitaciones— cumple un papel relevante y obtiene una gran riqueza al involucrarse en estos procesos. El desafío, como dice Rinesi, es justamente construir “el universo en una esquina”: desarrollar perspectivas situadas sin perder la vocación universal del conocimiento y su diálogo con la cultura y los saberes globales.
—¿Qué mensaje le entregaría a las nuevas generaciones?
Precisamente porque la formación profesional y la vida no deberían ser cosas separadas. Este tipo de procesos ayuda a reconocer esa distancia, a entender por qué se produjo y a buscar formas de volver a integrarlas. La actividad profesional no puede regirse solo por criterios técnicos o de competencia, sino también por principios éticos y por la búsqueda de una vida con sentido, más allá del individualismo y la lógica del mercado.
La extensión universitaria ofrece justamente ese espacio: permite conectar el aprendizaje académico con experiencias reales, colectivas y comprometidas, que enriquecen tanto la formación profesional como la personal. Por eso, más que una obligación, es una experiencia que vale la pena vivir, porque deja una huella en cómo entendemos nuestro trabajo, nuestro entorno y la manera en que queremos habitar el mundo.